El blues de Mr. Suerte


Hubo una vez un músico
llamado Suerte,
–su nombre era el caudal,
su nombre era la fuente–.
Como lo tuve delante
frente a frente,
lo contaré aquí
ante toda mi gente.


Su mujer cantaba
en un coro de monjas.
¿Quién la dejaba embarazada?
No faltaban apuestas:
el Espíritu Santo
con las botas puestas;
y lloraban en sus cunas
seis niñas sus gestas.


Músico honesto,
amante dispuesto,
ávido jugador de cartas,
siempre en su puesto.  
Cultivó amores,
se da por supuesto:
el solaz de la carne
nunca le fue impuesto.

Conciertos dio mil,
cobrando poco o nada:
sus bolsillos estaban
llenos de telarañas;
muchas más monedas
sin duda hallarán
en una barraca de ferias
en boca de las ranas.

Su feudo era el bar
–su natural arena–,
no conocía el escenario
ni la gloria eterna.
Entre humo y pesares
su voz se entrena…
Más disfrutaría un cuervo
enjaulado en la trena.

La euforia del alcohol,
¿quién no la conoce?
También hubo momentos
de alegría y goce:
amigos tuvo pocos,
no llegaban a doce…
¿Alimañas pedigüeñas?
Cientos de ellas, cada noche.

¿Tumbado en el ataúd?
También allí le gustaría tocarla
–algo palpitante a poder ser,
pero no la guitarra–.
Una sonrisa surge,
se le ilumina la cara…
Si el gallo un blues
al amanecer cantara…
¡hasta que no sea libre la noche,
no nos afeitaremos la barba!

Tarde de madrugada
la tormenta se avecina,
la tempestad se apodera
de la calle y la cantina.
Dos y dos son cuatro
–¡matemática divina!–,
pero si se trata de whiskys…
un coche descarrila.

Hipnotizado por el ruido
del limpiaparabrisas
su coche quedó totalmente
hecho trizas…
El temporal lo acogió
en sus brazos, quizás,
su cuerpo multiplicado
en gotas de lluvia lisas.

Aquí acabó la historia
del señor Suerte,
en su recuerdo un blues
cantaré alto y fuerte.   
Hágase su voluntad
más allá de la muerte:
haberte conocido a tiempo,
ésa fue mi suerte.

Del disco "Astirtitan" (Bonberenea ekintzak, 2014)